miércoles, 25 de marzo de 2009

Sólo jugar, siempre jugar.



Viendo al “Globito”, el Huracán de Ángel Cappa, observaba a las tribunas llenas de familias, la mayoría de Parque Patricios, y distinguía a gente anciana emocionada, entrelazados a sus nietos, vivando con aplausos las morisquetas que hacían los “Pibes de Huracán”.
Es que el equipo de Cappa, dentro de los parámetros y las distancias que lo separan-me refiero a la forma de juego y la cultura del fútbol de aquel momento-se parece al histórico Huracán del joven Miguel Brindisi, del excéntrico René Houseman y el preciso Carlos Babington.
Es cierto, tal vez, sea exagerada la comparación, porque el Deté de aquel momento era el Flaco Menotti y hoy Ángel Cappa embandera aquellas ideas, y la diferencia de quien inventa algo y el que lo ‘readapta’ es notable. Sin embargo, es suficiente para emocionarse cuando un equipo juega lindo, intenta hacerlo de ese modo y encima lo consigue.
¡Qué emoción! Sensación que no se compra. Ningún sentimiento se puede comprar o pagar, claro. En efecto, por más que los grandes clubes pongan la torta de dólares difícilmente puedan lograr jugar bien si no tienen las ganas de hacerlo. Este Huracán expresa, aun perdiendo, las ganas de jugar bien. Lindo. Y para quienes van a ver un espectáculo, eso es maravilloso.
Los que se suben al carro del oportunismo, los obtusos que nos quieren hacer creer que hay que ganar como sea, que lo que importa es ganar y si es posible matarían por el veneno del triunfo, ahora balbucean a favor de Huracán. (Me quedo tranquilo porque cuando Huracán pierda se van a dar vuelta y van a empezar a pegar).
En ese espectro están los que amaban a Pekerman hasta que perdimos con Alemania. Los que quieren a un futbolista hasta que juega mal. Los que gritan “Pecho Frío”, sentados en su casa tomando un café.
Cuando gana su equipo- ¿de qué equipo son? (de él que gana)-, los seres del resultadismo, festejan no sé qué cosa. Mientras tanto, los que pensamos en disfrutar de la cosa en sí, nos emocionamos cuando vemos a los chicos jugar como lo que son: “pibes de barrio” disfrutando con -o de- la pelota.
Y los imbéciles volverán a la carga cuando Huracán pierda, empate o no salga campeón. A mi ya no me interesa. Porque una maña de Javier Pastore para gambetear un rival, una pared de Matías De Federico o la idea de Mario Bolatti para no revolear la pelota me bastan.
Claro, enfrente estaba Lanús, que intenta lo mismo. Ganó el que ese día jugó mejor. Y se acabó. No hubo drama, ni pedidos para que se echara gente, ni gritos de que matarían a todos si no defienden la camiseta y no sé cuántas estupideces más. Nada de eso.
Hubo aplausos para los dos equipos. ¡Un estadio aplaudiendo a los dos equipos!
Esto es noticia pese a que difícilmente nos pongamos de acuerdo en la forma de ver el fútbol. Es que tampoco sorprende que no estemos de acuerdo ni siquiera en algo tan banal como el fútbol. Como sociedad tampoco podemos convivir defendiendo los valores imprescindibles y no los efectivos. En fin...
Por otra parte, vale aclarar que el plantel de Huracán no cobra desde hace tres meses. Para un futbolista no es embarazoso. Aunque distinguiendo el mercado millonario, en donde los jugadores son los monos del circo, el escenario sigue de todas formas, siendo grave y condenable.
Más allá de la puja económica, los pibes de Huracán en el mientras tanto, juegan… se divierten y divierten, pensando más en la pelota y en el barrio, que en Europa y los traspasos. Por lo menos por ahora...
Posiblemente, no salga campeón “el globito”. Tal vez, Lanús haga más fuerza porque su bolsillo hoy está más cargado y sus jugadores y cuerpo técnico intentan "jugar bien" y no traicionar la identidad del futbolista argentino, el de potrero y corazón.
La emoción del partido entre "El Globo y El Granate", me acercó a la esencia del ‘fulbito’, del potrero. Ver las sonrisas que emanaban los jóvenes pateando la pelota, fue como recuperar algo que nos habían robado. La cabeza responsable es la de un entrenador que hace docencia y que hoy está protegiendo al plantel de los medios harpías, que sobredimensionan al equipo, lo llenan de elogios efímeros, talando los valores que la impronta de Cappa intenta afianzar.
Soñemos que de a poco se recupere el fútbol. Mientras tanto, en San Telmo, el sábado a las once de la noche, unos chicos pateaban la pelota gambeteando adoquines.
Quedé gratamente sorprendido, porque el fútbol en la calle o en el campito, parece extinguido. De todas formas, los chicos ofrecían la resistencia, luchaban por jugar sin cámaras ni dinero. Como los de Huracán que solo quieren jugar. Siempre jugar. Eso es todo.

No hay comentarios: