martes, 6 de enero de 2009

No llegar




Las mariposas que volaban por mi panza
cuando creí conocerte
se fueron deshojando
como los pétalos de las rosas que debí regalarte.
Tanto tiempo gasté
sabiendo que no me sobraba un segundo de alegría.
Y las hormiguitas que hacían cosquillas
se llenaron de barbas y ahora usan bastones.
Abro las persianas y el sol me da la espalda.
El césped se volvió pasto. El atardecer noche.
Se me hizo tarde. Se nos hizo tarde.
Tardé.
Las sonrisas terminaron su cauce,
los labios se acostaron, el ceño se
quedó fruncido y la nariz no dejó
de escupir suspiros.
Sólo y tarde.
Madrugada eterna.
Verano triste.
Vocecitas que aparecen
como cu cús.
Gestos que se cristalizan.
Fotografías que lo explican todo.
Tarde.
Como una foto traicionera,
que te muestra lo que no fuimos,
o lo que creíamos ser.
Hasta dónde se pueden estirar los brazos.
Cuánto tiempo podré patalear.
No me alcanza este depósito de errores
que almaceno y guardo,
para poder aprender:
que una vez que
nos metemos en el tiempo
que no existe, tarde será
casi siempre.
Pero la esperanza se extermina,
cuando percibo que
tarde tardé.
Hubo avisos,
que se volvieron papeles amarillos.
Hubo sirenas de emergencia
que apagué como a un despertador.
Se hizo tarde y estaba a tiempo...
Pero luego, era muy tarde...
Siendo tarde. Tardé.
Y ya no hubo tiempo.
Ni tardes, ni realidad.
Sólo, me dí cuenta,
que tarde...tardé.

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