viernes, 20 de marzo de 2009

Vida

Los porros han rebalsado las copas
cuando los vinos se agotaron.
Ya no había más para degustar,
mientras el sueño se agrupaba
volvíendose más denso.
La noche era hermosa.
El cansancio del trabajo
no me permitió ahorrar energías
para que mi cada vez
más diminuto ser humano
pudiera disfrutar.
De regreso,
después de risas hermosas
que de a poco se volvieron tibias,
converso con un taxista.
Arribando a Balvanera
mirando las calles sucias,
diviso la escena
de pobres diablillos.
Un taxista que me dio
la razón en todo lo que dije.
Pero sentenció:
"los milicos son los únicos que pusieron orden".
Nada me entendió.
Ni siquiera intenté explicarle.
¿Para qué?
Demasiada poca vida
le queda.
Crucé la avenida.
El alcohol y las drogas
competían por ver
quién surtía más efecto.
Garabateando mis pasos
-me encontraba a cien metros
de casa-
conté: dos travestis
con ofertas diminutas,
un pool violento,
una terminal
opaca y triste,
dos perros alrededor
de una familia completa
intentando dormir
en el contorno de un viejo
supermercado.
El paisaje es redundante
con el correr de los días.
Prendí la computadora
mientras mi vista
veía que las agujas
cortaban al medio el reloj.
Eran las seis. O algo así.
Los Smashing Pumpkins
aparecían por todos lados,
caminaban por encima de mi mente.
Después de escribir,
me lavé la cara.
¿Quién no se detiene frente al espejo?
Fue un día suficiente.
No cabían más pensamientos.
Miré mi colchón
-que aun reposa en el piso,
rodeado de libros y discos-
Maté una cucaracha
después de errarle cuatro veces.
Miré la mancha de húmedad
que ya es un tatuaje en la pared.
Putié al dueño del edificio.
¡Cómo me afana con el alquiler!
Tomé mi cara con las dos manos.
En dos horas volvería a soportar
a mi jefe otra vez.
Quería leer.
Quería estudiar.
Pensaba en algunos proyectos
y en la chica que me gusta
y ya no tengo tiempo para
encontrar...
Apoyé mi cabeza en la almohada.
El silencio era inmundo.
Cada vez extrañaba mi infancia
mucho más.
No pude dormirme.
Volví a la cocina,
el hambre era demasiado
para una sola cebolla,
que era la vedette de la heladera.
El agua no sabia a natural.
Mis piernas querían dormirse.
Mis manos abrazar algo que no sea
una sábana.
Me volví al colchón sin cama y
me senté en él.
Suspiré.
Apunté mi vista a los ojos
de la nada...
Mirándonos,
sonreímos...
Luego, nos quedamos pensando y
comprendiendo
que ésta vida
realmente
es hermosa...
por dónde se la mire.

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